Tras su paso por el Festival de San Sebastián, donde compitió por el premio Nuevos Directores, «Pinamar» fue saludada con aplausos por los espectadores que colmaron la sala de la Gare du Midi en Biarritz, que agradecieron una obra sólida y atípicamente conmovedora, ya que -a diferencia de la frialdad distante de la mayoría de los filmes actuales- se anima a poner el foco en las personas y sus sentimientos.
Godfrid, que ya había abordado la interioridad de sus personajes en «La Tigra, Chaco», un filme codirigido con Juan Sasiaín, afirmó que a él le interesaba «ver qué pasaba entre esos hermanos, pero no en lo que se recriminan o se dicen, sino en lo que no se dice y que está permanentemente entre ellos. La enunciación del cariño está siempre oculta, y puede ser dicha en palabras o en un silencio o un abrazo».
Protagonizada por Juan Grandinetti (hijo de Darío Grandinetti, en su primer protagónico en cine), Agustín Pardella y Violeta Palukas, la película narra el regreso de dos hermanos ventiañeros a la ciudad balnearia de Pinamar, en otoño, fuera de la temporada turística, para darle el último adiós a su madre, recientemente fallecida, esparcir sus cenizas en el mar y vender el departamento de veraneo de la familia.
«Al igual que con ‘La Tigra, Chaco’, la idea fue partir de un espacio real para ficcionalizar una historia. Nos fuimos a pasar tiempo en el departamento de mis abuelos en Pinamar con Lucía Möller, la guionista. Recorrimos esa ciudad fuera de temporada, conocimos personas, conversamos con mucha gente y pensamos mucho sobre qué tipo de historias podíamos desarrollar», recordó Godfrid.
«Nos hicimos varias preguntas, entre ellas: ¿Cuál es el vínculo entre dos hermanos cuando los padres ya no están para reunirlos? Llegamos a la conclusión de que sería interesante trabajar ese vínculo emocional desde la masculinidad y reflexionar acerca de cómo es ese cachetazo de la vida adulta, tras perder a sus padres», añadió.
Una de las claves del filme es que va en contra de la idea de que la adultez temprana a la que deben enfrentarse los personajes, a causa en este caso de la muerte de su madre, implica necesariamente desprenderse de todo lo bueno que hubo en la niñez o la adolescencia, como si el paso a esa etapa de la vida debiera ser algo trágico o solemne.
Así, en ese viaje físico y emocional que emprenden, cada uno de los hermanos se conecta de diversas formas con el espacio de donde brotan los recuerdos, con los objetos, sensaciones y sonidos que remiten a un tiempo de felicidad fraternal, y poco a poco van dejando atrás la distancia que los separa para entregarse a las emociones y el cariño que los une, pese al paso del tiempo y a la ausencia de sus padres.
«Siento que en mis películas siempre tiene que haber un vínculo amoroso en algún lugar. Y en este caso, a diferencia de ‘La Tigra, Chaco’, teníamos claro -y al mismo tiempo cierto temor- que la trama principal era la relación amorosa entre estos hermanos y la transformación del vínculo que se produce entre ellos», señaló el director, quien llegó con sus padres y su hermano, Daniel Godfrid, autor de la música del filme.
El cineasta indicó que, al comenzar a delinear el carácter de los personajes, supo que Pablo (el hermano mayor, interpretado por Grandinetti) «debía ser el punto de vista principal de la película. La mirada de la película es la de Pablo, porque él sufre la mayor transformación y empieza a ver las cosas de otra manera. Es el típico personaje que tiene que cargar con el peso del desafío de los cambios».
Estos personajes, que se vuelven entrañables a pesar de sus dudas, defectos y contradicciones, son filmados por Godfrid con singular cercanía: «Tenía muy claro que la película estaba en la cara de mis actores. Filmamos casi todos primeros planos, porque queríamos estar lo más cerca posible de ellos, en línea con sus ojos, porque de esa manera la cámara muestra cómo los personajes se miran y cruzan emociones sinceras entre ellos».
En ese sentido, para el cineasta «hay algo de la edad de los personajes en la pantalla que es muy interesante, porque son como rostros sin tiempo. Yo -puntualizó- trabajo con los cuerpos. Me interesa ver las facciones y las tensiones musculares, la forma de mirar que tienen los actores mientras interpretan».
A Godfrid le gusta repetir una frase de su maestra, la Chiqui González, en referencia a Diego Velázquez, autor de «Las meninas», «que dice que a él no le interesaba ninguno de los personajes de ese cuadro, sino el aire que había entre ellos. Eso es lo que me inspira, el aire y el vínculo que hay entre los personajes. Tengo claro que ese es mi cine», aseguró.
«A mi me interesan esos vínculos, que pertenecen por lo menos a mi vida cotidiana, el mundo que vivo todos los días y veo que resuena en los espectadores, muchos de los cuales salieron contentos y emocionados después de la proyección», sostuvo.