La influencia de la inmigración en la forma de hablar de los argentinos, así como la irrupción de la radio, en tiempos de una incipiente democracia como política de masas fue el escenario que en 1920 propició un debate acerca de la posibilidad de un «idioma argentino», que el diario Crítica plasmó en una encuesta a periodistas e intelectuales como Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, Ricardo Payró y Jorge Luis Borges, y que aparece ahora reunida en el libro «La lengua argentina» por investigadores de universidades del país.
La encuesta permitió reveladoras opiniones sobre el presente y el futuro de las manera de hablar de los argentinos influida por expresiones como el lunfardo, y por los giros propios del habla popular en la oralidad y la escritura, que enriquecieron un debate acerca de la lengua como terreno de disputa no solo lingüística, sino también política, cultural y sociológica, que se reactualiza constantemente.
Los textos que recoge la encuesta ponen en juego las ideas más dispares sobre qué es la lengua, cómo cambia, qué es la variación o qué es la corrección y dónde encontrarla en el final de una década en la que la migración y los cambios de la estructura social marcaron el debate.
La encuesta de Crítica, realizada en 1927, captó el interés de los investigadores de las universidades de Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Litoral y Patagonia Austral: Juan Ennis, Lucila Santomero y Guillermo Toscano y García, quienes la publicaron en el libro «La lengua argentina», bajo la editorial Vera Cartonera, de la Universidad Nacional del Litoral y el CONICET.
Los investigadores vienen trabajando desde hace ya algunos años sobre las polémicas y los debates que aparecen en la prensa argentina a partir del siglo XIX y para ellos «la encuesta de Crítica ofrecía un abanico amplio de posiciones y argumentos disponibles en un momento de especial vigencia del debate sobre la lengua en la prensa», explica a Télam Toscano y García.
«Algo que nos interesa mucho de la encuesta es que sale en un momento en que todavía no se había terminado de armar un campo científico para los estudios lingüísticos. Entonces en gran medida, las opiniones de quienes intervienen en la encuesta se basan en representaciones muy parciales, elementales y hasta imaginarias respecto de cómo era, en ese momento, el idioma de la Argentina», evalúa Toscano y García, secretario académico del Instituto de Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
El investigador explica que «había una tendencia a pensar que la lengua de algunas ciudades (en particular la de Buenos Aires) o la de ciertos sectores equivale a la de todo el país, pero casi un siglo después lo que podemos decir es que la lingüística nos ha mostrado que no hay «un» modo de hablar de los argentinos, sino una enorme y compleja diversidad de hablas, usos y representaciones lingüísticas, incluso intervenciones que tienen a la lengua como territorio de disputa».
Para Juan Antonio Ennis, el debate sobre un idioma propio impulsado por Crítica «es probablemente uno de los momentos en que la cuestión emerge con mayor intensidad» y en este sentido señala que «la pregunta por el idioma propio tiene antecedentes ya en los años posteriores a la independencia, y había tenido un momento fuerte en torno al cambio de siglos».
Las encuestas que hacía el diario Crítica, recuerda Ennis, «pretendían acompañar el pulso de la agenda de la opinión pública en la época, y la pregunta por el idioma propio formulada aún de ese modo, como proyección posible, se hace eco de algo que todavía circulaba en la cultura, entre las reacciones a todos los cambios que se vivían en la Buenos Aires de los años 20, con esa modernización vertiginosa y babélica ante la que reaccionan la literatura y la escuela».
«La eclosión de tecnologías de comunicación y formas novedosas de la industria cultural hacen más audible no solamente la tan mentada confusión de lenguas, sino también formas características de expresión: el fantasma del lunfardo por ejemplo, que recorría la prensa desde las décadas del ochenta y del noventa del siglo XIX, pero que entonces se hace una obsesión, justamente porque el tango lo pone en valor y lo hace moda».
A 90 años de aquel debate, hoy una de las preguntas es cómo influyen las nuevas tecnologías y las redes sociales en la forma de hablar y en este sentido, Toscano y García considera que «una cuestión es si esas tecnologías, Internet, las redes sociales, van a producir, en el terreno de la lengua, mayor diversidad o mayor uniformidad».
Ennis considera que «es posible que todavía no podamos saberlo con precisión, porque este tipo de cambios (como sucedió con la imprenta, por ejemplo) pueden cambiar todo el modo de relacionarse las sociedades con su lengua, el modo de organizarse las variedades a nivel de la sociedad y la geografía, la misma relación con las instancias normativas, la forma política misma de las lenguas».
Para el investigador «no se trata solamente de la pérdida del respeto a las normas ortográficas por escribir en soportes fugaces y pequeños con la punta de los dedos, se trata de otro modo de pensar los medios disponibles de expresión».
«En un contexto en el que gran parte de nuestras comunicaciones está mediada por dispositivos tecnológicos, acentuado de manera más vertiginosa aún por las condiciones que impuso la pandemia mundial, el hecho de que muchos intercambios queden reducidos al uso de emoticones o stickers (sin negar, en absoluto, su potencia discursiva) no deja de ser un factor a atender como docentes», indica Lucila Santomero.
«Atravesamos tiempos tan difíciles que quizás podrían objetarnos por qué sería necesario hablar ahora de lectura, de gramática, de variedades lingüísticas, de debates sobre el idioma. Precisamente porque es imprescindible que la escuela el Estado garantice el acceso a espacios en los que los estudiantes desarrollen su pensamiento en palabras, ejerciten diferentes estructuras oracionales para expresar de distintos modos la complejidad que requieran enunciar, reflexionen sobre sintaxis, amplíen su léxico y, con todo esto, aumenten sus posibilidades de expresión, argumentación y precisión», apunta.
Un fenómeno que aparece en la actualidad con una fuerza sin precedentes proponiendo cambios en las expresiones del idioma es el lenguaje inclusivo, que para Ennis «probablemente apunte no tanto a cambiar un aspecto de la morfología, en cuanto a añadir una pieza faltante, sino como a poner en cuestión, a problematizar el modo de vivir políticamente el lenguaje».
«Como modo de presión no deja de resultar novedoso, aunque ha habido tentativas antes de incidir de manera programada sobre la expresión lingüística. Desde el fracaso de las lenguas universales a los casos exitosos de revitalización de lenguas prácticamente extintas, se pueden poner ejemplos a favor o en contra de este tipo de intervenciones, pero es posible que lo más sensato sea reconocerle cierta novedad y ver cómo evoluciona», sostiene.
«La Real Academia supo decir eso de que no se arreglan los problemas de la sociedad pretendiendo cambiar la lengua, y encuentra una respuesta que le dice que los problemas de esa sociedad están gramaticalizados en el modo en que se expresa y que, forzando la lengua puede forzarse también el sistema de representaciones al que da forma. Y eso es hacer política», concluye Ennis.