El sol del mediodía cae a plomo y Juan Martín del Potro hace lo que más le gusta después de un partido: se acerca a la grada, agradece y firma autógrafos. La gente, que comparte su alegría, lo ovaciona. El tandilense sonríe una y otra vez. Revolea la toalla amarilla con la publicidad y la arroja a sus seguidores. El trofeo vuela alto, como las ilusiones.
Bien es cierto que Del Potro guardó silencio después del dobles en el que compartió equipo con el japonés Kei Nikishori y juntos vencieron a Fognini y el sueco Robert Lindstet por 5-7, 6-4 y 10-4.
Pero, por lo que se vio en la cancha y fuera de ella, el tandilense tiene todo listo para volver. Y tiene ganas. Su rodilla derecha, la que lo tiene a mal traer en esta nueva pesadilla de dolor, no pareció molestarle. Se lo vio conectado, de buen humor pisando el polvo de ladrillo con comodidad.