Nada que Lanús no conozca. Derrota de visitante y la misión de remontar en la Fortaleza. Ya le pasó contra San Lorenzo y River, y ahora le tocará ante este Gremio que no demostró ser muy superior con todo el clima a favor en el imponente Arena Gremio.
Como si le sobrara oficio en finales. Así fue el primer tiempo de Lanús. Sobrio, compacto, tranquilo, sin verse sobrepasado por el rival ni por el ambiente. Se agrupó bien y no despreció la pelota. Lo fue poniendo nervioso a un Gremio que caía en el embudo granate cuando se aproximaba al área. Los hinchas y el equipo brasileño se ofuscaron con el árbitro por supuestas faltas no sancionadas. Era un síntoma de impotencia, de no tener recursos para romper el aceitado bloqueo visitante.
Salvo por la versatilidad de Arthur para girar y cambiar continuamente el perfil en la salida desde el círculo central, Lanús no tuvo inconvenientes para neutralizar a Gremio. No desequilibraba el goleador Luan y Barrios quedaba a la sombra de García Guerreño y Braghieri. Gremio apenas llegaba con algún centro previsible, fácilmente controlable para Andrada, que sin embargo se complicó con un par de salidas con el pie. Casi que ahí estuvieron las únicas situaciones de gol de Gremio.
Un duelo de gladiadores establecieron Kannemann y Sand. Cuando el zaguero argentino -recibió la segunda amarilla por empujarse con Braghieri y no estará en la revancha- no lo anticipó, el N° 9 cumplió con su función de pivote que aguanta la pelota para esperar la llegada de los que vienen de atrás. Faltaba en ataque el aporte del Laucha Acosta, que no podía imponerse en el mano a mano. Silva, del otro lado, con más criterio se integraba mejor en el armado de las jugadas.
Gremio presionó más en el segundo tiempo. Lanús empezó a pasar algunos sofocones, con un remate de media distancia de Luan que exigió una muy buena atajada de Andrada y un cabezazo de Jailson apenas desviado. Renato Portaluppi, que no paraba de agitarse por la falta de profundidad de su equipo, hizo tres cambios ofensivos en un cuarto de hora. Amonestado Velázquez y el con el peso del desarrollo sobre sus 37 años, Almirón hizo lo de tantas veces: ingresó Aguirre y Pasquini retrocedió al lateral. Lanús es previsible, se entiende de memoria y eso lo hace fiable.
El gol rompió el partido en el mal sentido. Volvieron las trifulcas típicas de copa, el árbitro Bascuñan no ayudó a que todo se encarrilara. En ese descontrol, Lanús recibió otro golpe, la amarilla de Braghieri, que lo saca del desquite en la Fortaleza. De visitante, Lanús lleva 323 minutos sin convertir. Le cuesta afuera, se queda corto. Necesitará imbuirse del espíritu que lo levantó ante San Lorenzo y River para que no se le rompa el sueño de campeón.