Había una vez un cine nacional que trató de imitar el modelo hollywoodense incluso en su infraestructura de grandes estudios y con ese marco también se produjeron filmes de distintos géneros, con más énfasis en la evasión tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, es decir en la comedia.
La influencia del entretenimiento estadounidense fue mucho más grande que la del europeo, porque precisamente era a ese cine con el que había que competir, todo un desafío, no obstante el talento de guionistas y cineastas, al igual que técnicos y obviamente elencos muy sólidos surgidos del teatro, incluido el de revista, o la radiofonía, dejaron su sello inconfundible en obras que abarcaron las décadas del 40 y 50.
En esos tiempos tuvieron relevancia nombres como los de Luis César Amadori, Carlos Schlieper, Luis Saslavsky, Luis Bayón Herrera, Augusto César Vatteone, Enrique Cahen Salaberry y también el de Daniel Tinayre, entre otros.
Con la llegada de la Generación del 60, ese formato de comedias quedó en el pasado. Las nuevas entregas empezaron a ser menos decoradas y/o vestidas con elegancia, al tiempo que se imponía una temática más audaz en cuanto en se imponía una temática más audaz en encrucijadas referidas al sexo.
Ese asomar las narices a un mundo todavía no abordado habría de sufrir un golpe de furca al promediar la década del 60, cuando la censura pondría fin a cualquier intento de exponer -temática y visualmente, en forma implícita o explícita- situaciones consideradas inmorales.
Ya en la del 70, la incorporación de humoristas surgidos de la televisión generó un nuevo tipo de productos, mas atravesados por el humor revisteril, más burdos y cómicos, en los que aparecieron en fila el inocente Carlitos Balá, un par de veces Tato Bores, y con subrayada picardía y singular machismo, Jorge Porcel Alberto Olmedo, Juan Carlos Calabró y un grupo de comediantes que siempre zumbaban en su entorno, junto a un coro de vedettes y modelos curvilíneas, pero esa ya es otra historia, en colores.